jueves, 17 de abril de 2008

La Copa

Nueva crónica deportiva esta vez a propósito de la final de Copa del Rey.

Diego Campo

Madrid. Si el fútbol tuviera sentimientos el Getafe se hubiera clasificado la semana pasada para semifinales de la UEFA doblegando al todopoderoso Bayern y eso le habría evitado la urgencia de victoria en la final de Copa. Porque ayer, lejos de suposiciones iniciales que daban a los azulones un favoritismo casi místico, la realidad mostró una cara bien distinta. A ello ayudó la actuación del Valencia, una especie de convidado de piedra en esta final, que tiró de galones para doblegar al valiente conjunto azulón. Si hace una semana nadie tenía dudas de los méritos del Getafe para pasar de ronda europea, es de justicia reconocerle el buen hacer en la noche de ayer a los de Koeman, que desde el primer minuto asestaron el golpe que resultó ser definitivo para los madrileños.

Salieron los finalistas con los papeles cambiados. El Getafe, preso de su historia en las grandes citas, cedió el control del balón al conjunto valencianista en una suerte de papeles cambiados sin demasiado sentido.

Precisamente sentido fue lo que le faltó a los azulones hasta el minuto 12. Cuando quiso darse cuenta, para cuando entendió que la justicia poética en el fútbol es mala sombra a la que arrimarse y que ni siquiera los deseos del monarca en su trofeo influyen en el resultado, caía por dos goles a cero. Dos goles de un Valencia que, sin ser brillante, recordaba al de antaño. Un bloque sólido con un centro del campo, Baraja y Marchena, capaces de arruinar la fiesta al mismo Pocholo y, en el caso de ayer, la de De la Red y Casquero con demasiada tendencia a deslizarse por el mojado césped del Calderón.

Mata y Alexis acercan la Copa a Valencia

En una combinación sin más entre Villa y Silva por la banda izquierda, llegó el centro que supuso el tanto de Mata de certero cabezazo sobre la base del poste. El segundo de los chés, también de cabeza quizá como cruel metáfora de cómo se ganan las finales, lo anotó Alexis tras clamoroso error getafense en la defensa de un córner.

Y así, con el rival tocado y a punto de hundirse, al Valencia le entró vértigo porque comprobó que aún restaban 75 minutos por jugarse y no están ellos para demasiadas alegrías esta temporada. Sin que el Getafe hiciera nada para merecerlo, consiguió el control del juego y comenzó a rondar la meta de un Hildebrand tan inédito que podría haberse perdido los primeros 20 minutos sin que su marco corriera peligro. Una falta de Albín rechazada por el alemán desperezó al Getafe y un cabezazo de Granero por encima del larguero hacía presagiar que la reacción comenzaba a llegar.

Pero era mal noche para los presagios o las buenas intenciones. Manu del Moral se perdía entre los centrales valencianistas sin poder recibir un balón en condiciones; Casquero era una anécdota en comparación con el jugador que brilló la semana pasada y sólo el corazón de Contra ponía algo de entusiasmo en las gradas pobladas de hinchas azulones cariacontecidos. El Getafe, acostumbrado a jugar bien para poder ganar, no daba ni un solo argumento de querer vencer esa final.

Corazón rumano

De entre todos los jugadores getafenses había uno al que de manera especial le había escocido la derrota en forma de empate contra el Bayern. Contra se resistía a renunciar a un título sin mostrar suficiente resistencia. De un centro intrascendente controlado con categoría por el rumano nació la acción del penalti que puso al Getafe más cerca de alcanzar la remontada. El recorte del lateral azulón sobre Moretti acabó con los dos en el suelo y aunque Undiano no vio nada, su asistente apuntó a los once metros generando la revuelta valencianista que sólo se cobró una tarjeta amarilla, la de Mata y cuando se dirigían al túnel de vestuarios.

El Getafe busca el segundo

La reanudación sí cumplió los apriorismos de unos y otros. El Getafe salió motivado, dispuesto a hacer lo que mejor se le da; tomar el mando y llevar la iniciativa. El Valencia le esperaba atrás, con más dudas que en el primer tiempo, confiando en que una contra le hiciera recuperar el terreno perdido. Y pudo hacerlo Villa en dos ocasiones. La primera acabó con su disparo perdiéndose fuera de la meta de Ustari y la segunda le obligó a lucirse en lo que iba para gol de la noche, tras recortar magistralmente a un precipitado Tena que pretendía tapar con su cuerpo el supuesto disparo del asturiano.

Contra abandonó la batalla mermado por el físico pero sabedor de que otra acción suya había dado vida al Getafe. En el escenario de las grandes ocasiones, Granero no quiso eludir protagonismo y recogió el testigo del rumano como principal creyente en la remontada. Así, tras irse con pasmosa facilidad de Miguel, ese lateral que presume de malcuidar su cuerpo desde la adolescencia, conectó un tremendo disparo que sólo el larguero pudo repeler.

El Valencia sufría por primera vez en todo el partido. Marchena frenó a Granero en la frontal del área cuando se presentaba en mano a mano contra Hildebrand y apenas más tarde, De la Red sacaba los colores al alemán tras cabecear fácil al centro sin que éste pudiera blocar el esférico. El ímpetu y las prisas comenzaban a asomar entre los azulones y el partido era lo que se supone de una final: mucha pasión y poco juego.

Arreón de los azulones y sentencia ché

La dictadura del tiempo preocupaba cada vez más al Getafe. Las ocasiones llegaban por insistencia en causar peligro y no por brillantez. Braulio, que había sustituido a Tena en una clara apuesta ofensiva de Laudrup, tuvo el empate gracias a un espléndido remate de cabeza que envió a córner Hildebrand. Y ahí se apagaron las esperanzas de los getafenses. Tras una lejanísima falta que Ustari no supo ni atajar ni rechazar, el rechace lo quiso Morientes para poner el tercero y la sentencia en el encuentro.

El Getafe, si alguna vez creyó que el fútbol le debía algo, se despertaba de golpe de todos sus sueños. Celestini, que había entrado por Casquero, puso la nota negativa descargando sobre los tobillos de Silva la rabia de su equipo y puede que también el excesivo narcisismo del canario para soltar el balón. La acción le costó al suizo la tarjeta roja directa.

Hasta el pitido final no hubo sorpresas,

El pitido final vino a zanjar cualquier discusión sobre fútbol que trascienda al mero resultado. El Valencia recordará esta temporada, sino media debacle liguera, como una de enorme éxito en la que se consiguió un título, suficiente para olvidar las polémicas decisiones de esta temporada, incluida la que se sienta en el banquillo y que desde ayer sale reforzada como no se conocía hasta la fecha. Nunca la ley del fútbol que le da a los resultados el valor supremo del juego sirvió de mejor manera para describir una situación.


(http://www.gaceta.es/17-04-2008+valencia_toma_copa,noticia_1img_1enc,51,51,17943)

lunes, 14 de abril de 2008

A las manos

Jorge Lorenzo logró ayer su primera victoria en MotoGP en la que fue tan sólo su tercera carrera en la máxima categoría. Además, lo logró sin paliativos; por delante de Pedrosa y Rossi, el tótem de la categoría y su esperado sucesor.

Durante el último mes desde que comenzara el Mundial, la prensa se ha encargado de avivar un debate un tanto absurdo como es la enconada rivalidad entre los dos españoles. Es absurda porque hasta Estoril, no se había trasladado a la pista y parecía más una manera de enganchar a nuevos aficionados a las motos que de dar fe de lo que ocurría.

Antes de Portugal, Lorenzo había afirmado que esperaba no llegar a las manos con Pedrosa, como le sucediera a Rossi y Biaggi tiempo ha. Si eso se produjera, al margen de la imagen divertida por ver una pelea de dos chavales que no pasan del 1,70, deberíamos exigir responsabilidades a todos los que con inusitado entusiasmo han alimentado una confrontación ficticia en la pista con el único propósito de buscar el posicionamiento a favor de uno u otro.

Los aficionados, de verdad, a las motos cantaban ayer en Estoril "que se besen, que se besen" porque saben de lo irreal de esa polémica. Todavía hay quien se empeña en comparar esta situación con los Schwantz-Rainey, Doohan-Crivillé o, incluso, Rossi-Sete. Se olvidan, o lo que sería peor, obvian, que en todos esos casos la rivalidad se traducía en "batallas" sobre el asfalto y no sólo en absurdas declaraciones intentado cada uno ser más original y mordaz que el contrario.

El día que Pedrosa y Lorenzo nos brinden un espectáculo como los anteriormente mencionados, hablaremos de rivalidad. Hasta entonces, sólo de infantil enfrentamiento alimentado por el poder mediático, siempre ávido de encontrar motivos para vender más.