domingo, 22 de junio de 2008

Sagaz naturalidad

Va camino de convertirse en un mito, sino lo es ya, por haber sabido encontrar su sitio entre equipos menores alejados de los cómodos traumas históricos que evitan la autocrítica seria y envuelven cualquier análisis, si es que puede llamarse así, en una enumeración de tópicos y excusas baratas que calman conciencias al tiempo que crean una mentalidad perdedora y resignada.

Es difícil acertar a decir en qué momento Guus Hiddink decidió apostar por conjuntos de medio a los que poder instruir partiendo de cero, sin los vicios del profesionalismo y el aburguesamiento de sus figuras. Pero suponemos que el paso por el banquillo madridista pudo acelerar su exitosa elección.

Con los colores de ese equipo, con el que consiguió la Intercontinental, se presentó ayer el holandés para medirse a su patria. Modesto polo blanco sin concesiones a insignias de la federación rusa o bordados más propios de esta nueva generación de entrenadores que se creen dandys e ilustrados por vestir de Armani y hablar en tercera persona del singular, mientras nos intentan hacer ver que el fútbol escapa al entendimiento de los mortales.

Lo de Hiddink es visceral, como su fútbol. Convencido en dejar en ridículo a tanto partidario de hacerlo feo como si se tratara de un atajo al éxito. Por fortuna en estos tiempos, que han sido todos, de Lobos Carrascos, D'Alessandros y Lillos, hay un hombre con autoestima suficiente para preferir que "la nota" la den sus brillantes jugadores sobre el campo. Y su sobrio polo le delata.

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