lunes, 30 de junio de 2008

Campeones II

El camino al título

Cinco selecciones diferentes superados por España para levantar la copa. 12 goles a favor, tres en contra e imbatidos a partir de cuartos de final. Ni la Rusia de Arshavin, ni el mito de italianos y germanos detuvieron a 'La Roja'.

Diego Campo


Madrid.
El respaldo de los españoles a su selección era, hasta la noche de ayer, cuestión de fe más que otra cosa. Tan acostumbrados a caer, acumulando sinsabores y resignados a las excusas populares de “la maldición de cuartos” o “la falta de competitividad”, el camino que España emprendió el pasado 10 de junio fue, como la mayoría de las veces, esperanzador y con un sentimiento generalizado de que, de nuevo, ésta era nuestra ocasión.

Paliza para comenzar
El debut ante Rusia no pudo ser mejor prolegómeno de lo que le esperaba a este equipo de un talento inabarcable y la osadía propia de quienes no recuerdan ni quieren saber nada de pretextos históricos sobre los que se creó una identidad perdedora.

El 4-1 frente a la que se convertiría en revelación del torneo llenó de optimismo a un país muy propenso a la intoxicación de euforia y, sin embargo, el equipo, supo mantener la frialdad suficiente para no seguir los pasos del Mundial de Alemania cuyo guión se repetía en su génesis.

De paso, España descubrió una nueva arma de ataque inédita hasta la fecha, pero amada por su entrenador: el contraataque. La Selección dejaba de ser previsible pues al dominio de balón sumaba eléctricas arrancadas de sus delanteros capaces de sembrar el desconcierto ante cualquier zaga rival.

Dudas y victoria agónica
Las primeras dudas florecieron ante el conjunto de Ibrahimovic. España entregó 45 minutos de juego y tuvo que esperar a la baja del gigante sueco para hacerse con las riendas de un partido frente a un equipo menor sin su referencia en ataque. Pero como quiera que el fútbol no sólo es un resultado, aquél emocionante gol de Villa en el último minuto nos sirvió para obviar qué diferentes lecturas se hubieran sacado de una rácana victoria de España. A la inspiración del asturiano se unía el paso delante de un jugador que resultaría clave en la suerte del conjunto nacional, el hispano-brasileño, Marcos Senna, auténtico tótem del centro del campo español.

La remontada de los reservas
Dado que hay diferentes lecturas para el mismo hecho, que el tercer partido con la clasificación ya asegurada fuera utilizado por Luis Aragonés para alinear a los suplentes fue interpretado como un acierto pero también, desde otras visiones, como una innecesaria manera de romper el ritmo competitivo a un equipo reafirmado en su nueva manera de afrontar fases finales.

Pese a todo, Luis apostó por el “equipo B” y España se encontró, por primera y única vez, con que debía remontar para ganar un partido. Así que, tras convencerse en el descanso de cuáles son las cualidades de España, De la Red y Güiza materializaron dos ocasiones para mantener la imbatibilidad de los nuestros.

Superado el “trámite” del grupo, llegaba la hora de vencer viejos fantasmas.

Casillas rompe la historia
Y qué mejor manera de enterrar esos tópicos que nos golpean en cada caída demasiado frecuente que medirse a los campeones del mundo, a la Italia de infausto recuerdo, de narices rotas, de impotencia ahogada en el grito de un jugador lagrimoso por la injusticia de un colegiado que negó hacer su trabajo.

Puede que el hecho de que pocos jugadores recordaran el codazo de Tassotti y el fallo de Salinas ante Pagliuca sirviera para ejemplificar la realidad de un equipo que ha querido hacer historia liberándose de los complejos y la sombra acechante del fracaso. El penalti transformado por Fábregas mandó a la red la ristra de excusas y puso en el disparadero a una selección que por su juego brillante y su domino en las dos áreas, acariciaba con los dedos ser finalista de una Eurocopa por tercera vez.

Mismo rival y mismo guión
Pusieron tanta insistencia en afirmar que en nada se parecería este partido al inaugural, que a punto estuvieron de convencernos. Por suerte, fue iniciarse el encuentro y vimos que no, que Rusia por mucho Arshavin que tercie es un equipo de buenas intenciones y tan blando atrás que da lástima. La segunda parte que España brindó a Europa quedará para los anales de la historia de un deporte capaz de paralizar un país.

Además de la contundente victoria (3-0), el partido fue también el de la recuperación de Ramos e Iniesta, por debajo de su nivel desde el comienzo de la competición y el de la constatación de que en el banquillo se sentaba un estratega que se adelantaba a los acontecimientos y marcaba la pauta del juego. Los cambios introducidos por Aragonés durante el torneo sirivieron en todas las ocasiones, para dar un plus a la selección y jugadores como Cazorla, Güiza y Fábregas aprovecharon a la perfección esas segundas opciones.

España se presentaba en una final con un juego espectacular, temeroso para sus rivales, indeleble en defensa pese a las dudas iniciales y con una vitola de favorito que no era la expresión de un deseo, como otras veces, sino de la más evidente realidad.

Europa a los pies
El regusto de ganar a los mejores es perenne. La eliminación de Italia acrecentó el sentimiento de que la victoria era posible y una final ante la todopoderosa Alemania a la que las estrellas sobre el escudo le delatan su grandeza, debía confirmar que la alternativa procedía del sur de Europa.

Tras el puñetazo sobre la mesa inicial de los teutones, Torres escribió el último capítulo y el más glorioso de nuestro fútbol, picando con la sutileza que le ha dado a España el título, el balón sobre el cuerpo de Lehmann.

La exhibición de Xavi, el portento de Senna, el atrevimiento de Cazorla, la sobriedad de Puyol y Marchena y la seguridad de Casillas hicieron posible el milagro de romper el maleficio histórico. Por una vez, a la esperanzas del pueblo le siguió la provocadora propuesta de un equipo que renegó de esa corriente de vagos intelectuales que creen que lo feo es el camino más seguro al éxito. El triunfo de España es nuestro y es del fútbol; es la victoria de los inconformistas que saben que el mejor viaje debe ir acompañado de un brillante trayecto.

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